Regresos y bienvenidas

Unidos al fin: Relato de reencuentros en el aeropuerto La Aurora de Guatemala

Regresos y bienvenidas

Unidos al fin: Relato de reencuentros en el aeropuerto La Aurora de Guatemala

En el Aeropuerto Internacional La Aurora de Guatemala, las llegadas de vuelos internacionales se convierten en una escena cargada de emociones intensas. Familias enteras, vestidas con sus atuendos típicos, sostienen con sus manos temblorosas globos de colores, ramos de flores fragantes y carteles hechos a mano con mensajes de bienvenida, esperando con ansias el reencuentro.

Si por cada kilómetro recorrido Pudiera darte un segundo más de vida Caminaría mil vueltas a la tierra Tan solo para tenerte otra vez vida mía.

Rostros ansiosos que reflejan la impaciencia y la expectativa escrutan cada rincón del área de llegadas, mientras los abrazos y las lágrimas se preparan para recibir a sus seres queridos. Es un testimonio silencioso pero poderoso del sacrificio y la separación que muchas familias guatemaltecas han soportado en busca de un futuro mejor.

Son muchos. Vienen a pie, vienen en silencio. Llegaron en caballos, en autobuses, o como pudieron. Son cientos de miles, entre todos forman los ríos de gente que parten los cerros. Caminan por aquellos que ya no están, aquellos que un día comieron, rieron, soñaron, lloraron. Su caminata, también, se convierte en la plegaria más pura suplicando por un milagro para los que se quedaron en casa. También vienen por ellos mismos, por agradecimiento, por culpa, por desesperación, por sanación y por tradición.

Dos jovenes llamaron mi atención, uno de ellos Mackguiver, quienes documentan estos encuentros familiares con una cámara de celular y un estabilizador. Me contaron que llevan tres años grabando las llegadas, en su mayoría de niños que vienen desde Estados Unidos a encontrarse por primera vez con abuelos, tíos y primos. Muchos de estos pequeños nacen en el extranjero debido a que sus padres no pueden regresar por su estatus migratorio. Mackguiver y su amigo se han convertido en testigos de estos momentos únicos, cobrando por inmortalizar cada abrazo, cada lágrima, y cada sonrisa que será enviada a quienes no pueden estar presentes.

La muerte flota en el aire que se respira en la ruta, se siente como la humedad del trópico que hace que cueste trabajo respirar. Aquí está el eco del grito de los que murieron y de los que aun viven. Un grito que todo lo rompe, el de la herida que quizá no podrá cicatrizar jamás, el de perder a un ser querido. Es tan real, que hace que la mente se atreva a ordenar al cuerpo caminar la hazaña que en otras circunstancias sería imposible.

Al recorrer los pasillos, vi a los vendedores de globos que con sus ramos multicolores, parecían transportar la atmósfera de un parque al aeropuerto. En las aceras cercanas, otros preparaban arreglos florales con dedicación. Cada gesto, cada detalle, habla del amor y el cariño que estas familias quieren mostrar. Mackguiver me confesó que, aunque ha presenciado estos momentos incontables veces, aún no puede evitar emocionarse hasta las lágrimas. Lo comprendí completamente, porque lo que viví esa tarde en La Aurora fue una muestra pura de amor que me conmovió igual que a él.

Caminan como si no pesara, van al ritmo de la música de banda, cansados, pero con el ánimo que solo la fe provee. Van a llegar, a pesar de las ampollas de los pies, las torceduras y los músculos cansados, a pesar del mal comer, del mal dormir y de la mente que les espeta que deben renunciar.