Rostros ansiosos que reflejan la impaciencia y la expectativa escrutan cada rincón del área de llegadas, mientras los abrazos y las lágrimas se preparan para recibir a sus seres queridos. Es un testimonio silencioso pero poderoso del sacrificio y la separación que muchas familias guatemaltecas han soportado en busca de un futuro mejor.
Son muchos. Vienen a pie, vienen en silencio. Llegaron en caballos, en autobuses, o como pudieron. Son cientos de miles, entre todos forman los ríos de gente que parten los cerros. Caminan por aquellos que ya no están, aquellos que un día comieron, rieron, soñaron, lloraron. Su caminata, también, se convierte en la plegaria más pura suplicando por un milagro para los que se quedaron en casa. También vienen por ellos mismos, por agradecimiento, por culpa, por desesperación, por sanación y por tradición.